
RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL Y ACCIÓN CONTRA LA CRISIS CLIMÁTICA
POR: Hernández Mojica Valeria
En constante transición hacia Cero Desperdicios
¿Cuántas veces no hemos escuchado "sólo es una bolsa de plástico" o "no es mi basura"? ¿Cuántas
veces lo hemos dicho nosotros mismos? La verdad es que no es sólo una bolsa de plástico (si sólo
existiera una bolsa por persona, ¡serían más de 7,900 millones de bolsas!), pero sí es tu basura,
porque es tu planeta. Y tú tienes el poder de cambiar el mundo... para bien o para mal.
El peso en la balanza de la responsabilidad del cambio climático, el exceso de desperdicios y el mal manejo de ellos ha ido de un extremo a otro: hasta hace unos años, el consumidor era visto como el único responsable por el manejo de la basura y contaminación que se produce día a día. Pero cuando comenzó a hacerse viral en redes sociales la idea de que el 1% de la población más rica contamina más que el 50% de la población más pobre, la balanza se inclinó por completo hacia el lado contrario: ahora parece que las grandes empresas son las únicas responsables, y el consumidor queda exonerado de toda culpa.
¿De verdad somos los consumidores tan inocentes como ahora nos creemos? Para empezar,
¿es justo que sólo haya dos posibles culpables? ¿Qué pasaría si viéramos esta problemática más
allá de una balanza que sólo se puede inclinar inevitablemente hacia un lado o hacia el otro?
El cambio climático y la producción y manejo de residuos sólidos es un problema mucho
más complicado que lo que podemos suponer, porque es un problema sistémico que incluye
muchos participantes y variables. Para generar un cambio real tendríamos que enfrentarnos por un
lado a la economía lineal y la cultura de comprar-usar-tirar que nos impide aprovechar los objetos
que ya fueron fabricados y nos genera la necesidad de comprar más y desechar más: desde un
celular nuevo para evitar la obsolescencia programada o una nueva prenda de fast fashion para
estar a la moda esta temporada, hasta optar por comprar alimentos procesados, empacados y con
menor valor nutrimental por simple conveniencia. Por otro lado, nuestro gobierno no regula los
procesos de extracción y manejo de recursos, fabricación, embalaje, distribución y disposición
correcta de los residuos de las grandes empresas. Y, por si fuera poco, además hay que tomar en
cuenta los comercios informales y la gran brecha de educación y poder adquisitivo que hay en
nuestro país. ¿Cómo podemos exigirle al señor de los tamales que no venda atole en vasos de
unicel? ¿Cómo podemos presionar a personas sin acceso a agua limpia que usen copa menstrual o
toallas sanitarias de tela en lugar de desechables? ¿Cómo podemos exigir a otros que cocinen desde
cero en sus hogares para evitar hacer basura cuando una sopa instantánea cuesta $15 y un sólo kilo
de jitomate les puede costar el triple?
Atención, que el párrafo anterior no pretende lavar las manos de todos los consumidores. Para bien y para mal, la ley de la oferta y la demanda nos brinda a los consumidores un gran peso en la decisión de los productos que se ofrecen en el mercado. Solemos subestimar el peso de la acción individual, pero todo cambio sistémico inicia con acciones pequeñas. Es cierto que cada uno de nosotros tiene diferentes posibilidades, problemáticas y necesidades, pero si realmente creo en algo es en el impacto que podemos crear en nuestro entorno.

Imagen: Derechos a quien corresponda
Es por eso que el movimiento Zero Waste (o Cero Desperdicios) resonó tanto conmigo:
seguir en orden Rechazar, Reducir, Reusar, Reciclar y Reintegrar nos permite repensar nuestros
hábitos de consumo dentro de nuestras propias posibilidades, porque la idea de crear literalmente
cero desperdicios es imposible en nuestro modelo de vida actual, pero es una meta que nos inspira
a explorar alternativas de consumo, donde la más sencilla es simplemente dejar de consumir lo que
no necesitamos, y nos enseña a transitar hacia la economía circular y responsable.
Además, el Zero Waste me abrió un mundo de posibilidades que me han llevado a ser una
consumidora más consciente: tuve la oportunidad de aprender sobre el ambientalismo
interseccional, sobre la importancia del voto informado, los alimentos de temporada y las ventajas
de apoyar los comercios locales y éticos, así como de desarrollar mi empatía al intentar enseñarle
a otros lo que he aprendido y hasta practicar apnea para sacar basura del fondo del mar.
Los consumidores no somos los únicos responsables por la crisis climática, pero tampoco
somos inocentes. Usemos nuestra responsabilidad como un súper poder para cambiar el mundo
desde la interseccionalidad, conciencia de clase, empatía y humildad. Que la imposibilidad de ser
perfectos o cambiar el mundo de la noche a la mañana no nos desanime a seguir haciendo pequeños
esfuerzos dentro de nuestras posibilidades. Exijamos e impulsemos el cambio. Infórmate, vota,
aprende y comparte con otros. O como Anne-Marie Bonneau escribió: "No necesitamos un puñado
de personas haciendo cero desperdicios perfectamente. Necesitamos millones de personas
haciéndolo imperfectamente"
"Juventud y Experiencia Caminando de la Mano"